Encuentro con la etnia Hmong
Hoy era el gran día, nos íbamos a las montañas a convivir con las etnias Hmong y Khmu. Me levanté tempranísimo, para ello me ayudó mucho un gallo que andaba suelto y no dejó de cantar desde las cuatro de la mañana, daban ganas de estrangularlo, pero me tuve que resignar.
No quería perderme el desfile de monjes, ritual que se repite a las 6 de la mañana todos los días. Caminan en silencio con su bol mientras los lugareños les van ofreciendo comida. Antes de volver al hotel para recoger a Herminia me di un paseo y visite algunos templos como Wat Sensoukarahm, Wat Sop Sickharam, Wat Sirimougkhoun Sarayam y Wat Phon Huang, a esas horas es un verdadero placer pues no hay casi turistas.
El día amaneció con niebla y un poco frio. El desayuno nos lo sirvió el hotel en la terraza cerca del río Nam Kham y posteriormente nos fuimos a la habitación a preparar nuestras mochilas. A las 8 de la mañana vendría Khamphone a recogernos. Esta excursión a las montañas la estuve preparando con el guía durante mucho tiempo y una semana antes de salir de viaje nada más y nada menos que me preguntó si estábamos preparadas para el trekking. Como decimos en Andalucía “se me abrieron las carnes”, en ningún momento hizo mención del trekking, creía que íbamos a llegar en coche a los poblados.
Estábamos sentadas en el escalón de la calle con nuestras cosas ya preparadas y tuve una corazonada, le dije a Herminia, veremos a ver qué coche trae, seguro que viene con un carromato en vez de venir con una Van. Dicho y hecho, tenía que haber dicho con un mercedes, pero cuando vi donde íbamos a viajar durante no se cuanto tiempo, la cara me cambió, nuestros cuerpos si iban a resentir.
Nos pusimos en marcha, íbamos sentadas atrás, pasando frío, saltando a cada bache y gastando cuidado de no dejarnos la cabeza en alguna barra de hierro del coche. Me dio reparo por mi amiga, pero ella fue la que dijo “¿no queríamos aventura?”, pues empezamos bien.
Nos acompañaban Sivon y Sajon, dos muchachos jóvenes que harían los porteadores, Khamphone y su padre. La primera parada la hicimos en un poblado donde compraron pescado y algunas cosas más para comer, aprovechamos para estirar las piernas y colocar los huesos en nuestro en su sitio.
Continuamos nuestro trayecto, casi todo era en ascenso. ¡Cómo no!, nuestro pedazo de coche nos deja tirados, tuvimos que bajarnos y esperar un rato mientras miraban lo que pasaba, al final tuvieron que empujarlo, pero lo mejor fue que Herminia era la que los animaba a empujar, yo fui más mala y dije que tenía que hacer las fotos para que quedase constancia para la posteridad. Al final arrancó y nos volvimos a subir.
Llegamos al pueblo de Muang Phone Xay, allí Khamphone tuvo que entregar documentación y recoger los permisos en la policía para poder acceder a la zona donde nos dirigíamos, esta etnia sigue sufriendo operaciones militares contra ellos. Este pequeño pueblo con calles sin asfaltar y casa bajas con tejados de uralita sería el último que veríamos.
El calor empezó a dejarse sentir, cosa que agradecí después del frío que habíamos pasado por la mañana. Llegamos a un río, tuvimos que volver a descender del coche porque había que atravesarlo y con tanta gente dentro nos quedaríamos atascados, nosotras lo cruzamos por un puente hecho de palos de madera, bambú y atado con cuerdas. Desde arriba observábamos divertidas o mejor dicho, muertas de risa a ver si el coche lo conseguiría o no.
Otro rato conduciendo e hicimos la primera parada para comer. El lugar era en la cuneta del camino. Sivon se marchó con un machete a cortar hojas de platanero que haría a modo de mantel y de platos. Comimos sentados en el suelo y con las manos. El menú fue arroz, carne y el pescado que compramos por la mañana. Herminia me decía que como podía comer el pescado que llevaba metido en una bolsa de plástico unas pocas horas. La verdad no estaba malo, pero tampoco sabía lo que nos esperaba, así que decidí comer.
Quisimos ponernos en marcha, pero el coche volvió a fallar, no sabía si reír o matar al guía porque no tenía claro si llegaríamos. Pero nos dio por reír y como siempre Herminia animando a todos a empujar.
El paisaje no tenía precio, era magníficamente salvaje y entre aquella vegetación de vez en cuando se veía algún campo de arroz. En uno de ellos hicimos una parada para ver como trabajaban la gente. Nos encontramos con una mujer subida en una especie de andamio hechos de palos desde donde dejaba caer el arroz que tenía en sacos, lo hacía para así ir quitándole la cáscara al arroz, debajo había una niña de unos ochos años con una especie de escobón pequeño, le servía para ir limpiando o separar el grano de la cascara. Junto a ella otra niña pequeña de un año o poco más que era cuidada por otra de unos cinco años. Dura vida aquella, pero no les veías quejarse, solo asombrados de vernos allí.
Seguidamente llegamos a un poblado de la etnia Hmong llamado Ban Houy Doy. En una casa una mujer acababa de dar a luz y Khamphone nos explica que durante las 3 primeras semanas nadie puede entrar en la casa, solo le está permitida la entrada al marido. El pueblo estaba compuesto de unas cuantas casas palafitos, los niños jugaban con cualquier cosa, mientras las mujeres jóvenes ponían el arroz a secar.
Nosotros continuamos hasta el poblado de Ban Chom Cheng, donde allí pernoctaríamos una noche en una casa de la etnia Hmong con una familia.
Por fin llegamos al poblado de Ban Chom Cheng, estaba atardeciendo, el paisaje era espectacular, solo jungla alrededor nuestro. Nos llevaron a la casa donde pasaríamos la noche, era una casa hecha de ratán, bambú y madera, el suelo era de tierra, tenía solo dos habitaciones, la primera, por donde entramos hacía de comedor, salón y cocina, la segunda era el dormitorio con tres camastros.
Entramos y nos sentamos en unas banquetas muy bajas cerca del fuego junto al padre de Khampone, parecía que estábamos sentadas en el suelo. De pronto este hombre comienza a expectorar y delante nuestra escupió (cosa muy normal en Asia) en el suelo de la casa. Ya sabíamos que no íbamos a caminar descalzas. No llevo muy bien el tema de escupir y se me levantó el estomago.
Le preguntamos a Khamphone cual era nuestro dormitorio y nos señaló la habitación contigua, cosa que teníamos más o menos claro, la pregunta se la hicimos porque comenzaron a llegar gente y más gente a la casa, eran los dueños con sus hijos, claro está que le preguntamos donde dormirían ellos y la contestación fue que en la misma habitación. Así que éramos de 12 a 15 personas en la misma habitación. Herminia y yo nos tronchábamos de la risa, nos lo estábamos tomando todo bastante bien.
Tengo que explicar que en Laos hay pueblos de la etnia Hmong que acogen a turistas y están un poco preparados y acostumbrados a ver extranjeros. El pueblo de Ban Chom Cheng, nosotras fuimos las primeras extranjeras que lo visitaron y se quedaron a dormir, jamás nadie lo había hecho. Éramos la atracción y además tuvimos la suerte de ser invitadas a un ritual de chamanes porque un señor se había comprado un coche y tenía que ofrecerles sacrificio a sus dioses, ellos son animistas.
Nos llevaron a la casa del dueño del coche que se componía de dos habitaciones al igual que en la que nosotras nos alojábamos. Pasamos al dormitorio que tenía tres camastros y un montón de sacos, seguramente su provisión de arroz. La única luz que había era la del fuego, entre niños y personas mayores podíamos ser unas 16 personas entre ellos el padre del guía, el señor de la casa donde nos alojábamos y una señora anciana con los dedos de las manos deformados seguramente del duro trabajo o artrosis. Nos dijeron que eran los chamanes.
Habían matado un gallo o pollo y tenían un cerdito preparado para el sacrificio, mientras tanto la señora mayor entonaba una canción para llamar a los espíritus. De vez en cuando se levantaba y se aproximaba a la puerta entonando en canto tocando una especie de plato grande de hierro con un palo, se volvía hacia el fuego y lanzaba unos cuernos de buey al suelo. Le pregunté a Khamphone para que era todo eso, me dijo que el canto era para llamar a los espíritus y que lanzaba los cuernos de buey al suelo para saber si ya habían llegado o no. Cuando al tirarlos al suelo los cuernos quedaban cruzados entre sí, significaba que los espíritus ya estaban allí.
Yo le comenté a Herminia que si no había visto nunca matar a un cerdito era mejor que se fuera en ese momento, pero toda valiente dijo que no se perdía nada. Mientras tanto una hija del dueño de la casa se acaba de duchar en la fuente del poblado, venía con su pareo puesto y el pelo mojado, se vistió con tanta habilidad con el pareo puesto delante de todos que no se le vio nada, yo le dije a mi amiga que si nosotras hubiésemos tenido que hacerlo se nos hubiese visto hasta las anginas.
De pronto la señora volvió a cantar al igual que los otros chamanes, volvió a levantarse, dirigirse a la puerta y tocar aquel extraño instrumento, repitió el lanzamiento de los cuernos de buey y esta vez se entrecruzaron, “los espíritus habían entrado”.
Seguidamente procedieron a matar el cerdito, pero lo que nos extrañaba era que el gallo o pollo que habían matado y pelado estaba en una especie de zafa y era pollo para adentro y pollo para afuera y pollo para adentro y pollo para afuera, no sabíamos porque le daban tantos paseos al pollo muerto. Al final el pollo metido en la zafa acabó en el salpicadero del coche, el dueño sentado al volante y su señora en el asiento de al lado.
Nos dieron unas cintas blancas de algodón para que se la pusiéramos en la muñeca en forma de pulsera haciendo un nudo y al mismo tiempo deseándole suerte para que no tuviese ningún tipo de percance con su vehículo. Así que tanto Herminia como yo acabamos deseándoles todo tipo de buena suerte en español a los propietarios del coche y el pollo allí tieso metido en la zafa en el salpicadero del coche.
Cuando todo aquello terminó nos quedamos fuera contestando algunas preguntas que la gente nos hacían, pero lo maravilloso de aquel lugar era el cielo lleno de estrellas, hacía años que no había visto la vía láctea.
Khamphone nos dijo que era hora de cenar, así que nos fuimos acompañados de Sivon y Sajon, nuestros porteadores. Los cinco nos sentamos en esos mini taburetes alrededor de una mesa. Nos pusieron arroz blanco, pollo y cerdo, seguramente de los que sacrificaron. Nos dieron un trozo de pollo, cuando fuimos a comerlo nos dimos cuenta de que solo estaba hervido en agua, sin ningún tipo de condimento ni sal. Herminia disimuladamente se lo dio a un perro que tenía a su lado, yo quise hacer lo mismo pero el chucho no se movió de su lado, así que me lo tuve que comer.
Lo peor fue cuando nos ofrecieron el cerdo, sabíamos que estaba solo hervido en agua, Herminia lo rechazó con amabilidad, yo no pude hacerlo, para ellos aquello era un manjar y no podíamos hacerles el feo. Me dieron un trozo de manita de cerdo, pensé que como era gelatinosa pasaría rápido hacia mi estómago, pero de vez en cuando tenía que quitar algunos pelos. Me volvieron a ofrecer y les dije que no solía cenar mucho, que comería algo de arroz.
Yo no había visto el plato de carne de cerdo, el bol de arroz impedía verlo, en ese momento Herminia me dijo que le hiciese una foto al plato. Lle pregunté que qué había visto, su contestación fue “tu haz la foto”, así lo hice, pero en el plato de carne de cerdo hervida estaba media dentadura del cerdo. ¡Cómo no! Nos dio por reír.
Lo siguiente fue que teníamos que ir al servicio (campo), pero tuvimos que preguntar dónde, no había luz y no sabíamos por donde caminar. Cuando nos lo indicaron nos marchamos con nuestras linternas para no dejarnos los dientes en el camino y yo que soy precavida llevaba un paquete de nueces para tomar en caso de emergencia. Pues allí estábamos las dos escondidas muertas y risa y comiendo algunas nueces. De la risa a Herminia se les calló alguna que otra al suelo y le dije que gastase mucho cuidado en tirar alguna más, que era nuestra subsistencia, que no sabíamos de aquí en adelante lo que íbamos a comer.
Tocó la hora de dormir. Toda la familia se acostó en dos camastros, Khamphone, Herminia y yo dormimos en uno. No sabíamos cómo colocarnos, aquello estaba duro y nos dolía todo los huesos, respirábamos todo el polvo que tenía la manta y de vez en cuando sentíamos a la señora mayor escupir.
Cuando no puedes o debes reír, es cuando más ganas te da, viendo que no había forma de conciliar el sueño porque no podíamos parar de reír, además lo hacíamos tan bajo para que no nos oyesen que nos dolían las costillas, así que tomamos la decisión de tomar una pastilla para conciliar el sueño.