Amanecer entre nubes
Mongar se caracteriza por su hierba de limón, una planta que se puede utilizar para producir un aceite esencial y es hogar de una gran variedad de dialectos e idiomas.
Como comenté en el artículo anterior llegamos a Mongar anocheciendo, lo poco que pude ver sabía que no me iba a decepcionar. Llovió toda la noche de lo lindo. El hotel donde nos alojamos era el Wangchuk Hotel & Resort, no estaba nada mal, fue el segundo que más me gustó después del Hotel Vara en Wangdue, y lo mejor de él es la panorámica que tienes desde la terraza.
Está rodeado de montañas y las nubes pasaban por delante y debajo de ti como si se tratase de bolas de algodón flotando. Este viaje a Bhutan lo llamé “un paseo por las nubes”.
Me levanté y duché temprano, todavía no había llegado el personal de la recepción, pero salí para admirar el paisaje y hacer fotos, al igual que al interior del patio del hotel. Cuando abrieron el comedor para los desayunos tenía claro que lo tomaría en la terraza. Una gozada.
Cuando terminé bajamos Dorji y yo andando al pueblo, era domingo y había mercado.
Lo primero que nos encontramos fue varios ancianos dando vueltas a una gran rueda de oración y rezando. Continuamos paseando por las calles y tengo que decir que Mongar es un pueblo muy bonito, sobre todo porque mantiene sus fachadas pintadas y decoradas de la forma tradicional butanesa.
Nos dirigimos al mercado, Dorji se quedó con mi mochila y yo solo con la cámara disfruté como una niña allí.
La mayoría eran mujeres vendiendo sus productos agrícolas, sentadas en el suelo y algunas con niños lactantes. No es un lugar visitado por muchos turistas, así que se dejan fotografiar y además ellas te lo piden.
A una señora le hice una foto y seguidamente se la mostré por el visor de la cámara, se puso tan contenta de verse que me quiso regalar un pepino. Se me partió el alma ver que solo tenía unos pocos pepinos y quería darme uno, solo por haberle mostrado la foto. Le dije en inglés y haciendo gestos que no podía llevármelo, que no tenía bolso para guardarlo.
Seguí observando cómo llegaban monjes, ancianos a surtirse de productos, una mujer tejiendo con las manos haciendo nudos a los hilos.
Yo seguía con mis fotos cuando de pronto una muchacha joven me coge de la mano hablando un poco inglés y me vuelve a llevar donde estaba la mujer con sus pepinos, me traducía que por favor me lo llevara que era un regalo, yo le dije que no tenía bolso ni nada para guardarlo que se lo agradecía mucho. Bueno al final acabé comiéndome el pepino junto a la señora en el mercado. “Jamás olvidaré aquel gesto”.
Terminamos de dar una vuelta por Mongar y regresamos al hotel. Dawa nos esperaba para llevarnos en coche a un punto desde donde continuaríamos Dorji y yo caminando para visitar una pequeña aldea, pero en el recorrido corto los monos se cruzaban por la carretera.
Comenzamos un pequeño ascenso por el campo y una vez llegado a un punto cogimos un camino a la derecha hasta aproximarnos a una pequeña aldea llamada Kelikhar. Ya desde lejos oíamos a los perros ladrar, y eso sí, hay que tener cuidado con ellos.
Vimos un campesino que enseguida dejó su trabajo y vino a atendernos, minutos más tarde apareció una mujer y también se puso a hablar con Dorji.
Los bombardeamos a preguntas. Nos comentaron que el pueblo se compone de unas 62 casas, en cada casa viven unas 5 familias y llegan hasta 9, los padres envían a sus hijos al colegio y solo de 5 a 10 niños se hacen monjes. Viven de lo que siembran, como el maíz, verduras y frutas como el melocotón y plátanos, el 80% de lo que siembran es para su propio consumo y el 20% restante se vende en el mercado.
Nos acompañaron todo el tiempo dando explicaciones hasta llevarnos a un molino donde tuestan y elaboran el maíz. El dueño cobra unos 60 ngultrum (unos 80 céntimos por tostar 5 kilos de maíz). Cada campesino tuesta su propio maíz y luego lo pasan por una máquina para aplastarlo y hacer lo que es el “fried corn”.
La mujer nos dejó para seguir con su trabajo en el campo pero Sonam, que así se llamaba el hombre continuó con nosotros todo el tiempo haciendo de guía. Nos llevaría a un templo donde tuvimos la suerte de ser recibidos por el Lama.
Sonam no nos dejó solos en ningún momento. Abandonó su trabajo en el campo y tuvo la amabilidad de mostrarnos todo lo interesante de aquel pequeño poblado. Después del tostadero de maíz nos llevó por un camino donde los habitantes del pueblo en su día libre participaban en la construcción de una stupa, tanto hombres como mujeres, su día de descanso lo dedicaban a ello. Unos picaban la piedra a cincel y martillo, otros las acarreaban, otros miraban, era como una pequeña fiesta llena de simbolismo. Lo bonito es que lo hacían sin ningún tipo de remuneración, son muy creyentes y les sale de dentro.
Continuamos campo a través y nos dirigimos donde había unos monjes. Inmediatamente nos ofrecieron zumo para beber y nos invitaron a visitar el Kidhekhar Buddhist Institute. A un par de monjes los reconocí, habían estado en el mercado de Mongar haciendo las compras. Ellos se marcharon en su coche y nosotros continuamos nuestro camino hacía el templo.
Nada más llegar unos de los monjes se dirigió a nosotros y nos comentó que el Lama Khenpo Ngawang Tenzin nos recibiría. ¡Dios mío! Eso sí que era un verdadero acontecimiento. Pues es muy difícil que un Lama te reciba personalmente. Estaba entusiasmada y era un privilegio ser recibida por un lama.
El monje nos hizo pasar a un salón comedor, donde normalmente los familiares de los monjes almuerzan. Al poco tiempo apareció el Lama Khenpo Ngawang y se sentó con nosotros. Dio órdenes a un joven monje para que nos trajese te y pastas. Estuvimos bastante tiempo hablando sobre el instituto y las obras que se estaban acometiendo para los estudiantes, tenía un tono de voz que me producía paz y tranquilidad.
Él es el Lama del Lhuentse Dzong, el cual habíamos visitado el día anterior, había venido para inspeccionar las obras del Kidhekhar Buddhist Institute. Tuvo la amabilidad de invitarnos a almorzar con los monjes, cosa que normalmente o nunca se hace, ni siquiera los familiares, pero Dorji amablemente denegó la invitación, diciendo que seguramente yo tendría problemas con el picante y la comida. Yo por lo bajo le decía que no, que se callase, que no me importaba comer solo arroz blanco, pero al final no lo hicimos y todavía me duele no haber estado comiendo con los monjes en el comedor.
El Lama Khenpo Ngawang, nos mostró todas las obras y nos acompañó al templo, era la hora de sus rezos. Amablemente le pregunté si podía hacer fotos y vídeo, se lo pensó un poco y me contestó afirmativamente. Aquello sí que era algo extraordinario, pues en Bhutan en ningún templo se pueden hacer fotos, está totalmente prohibido y más con los monjes rezando. Estaba hasta nerviosa.
Hice las fotos que pude, me hubiese hecho falta el flash, pero no quería interrumpir sus oraciones con los fogonazos de la cámara, me parecía una falta de educación y no quería abusar de su hospitalidad. Aquel día lo llevo grabado en mi mente y lo guardo como un tesoro. Hubo momentos que los vellos del cuerpo se me erizaban.
Nos comentó que no reciben mucha ayuda del estado y tienen que autofinanciarse, de hecho hay 1.011 pequeñas estatuas de Buda para el templo que están huecas por dentro. Si alguien quiere una estatua con su nombre grabado y poner en su interior alguna reliquia debe pagar 250 dólares. En aquel instituto viven unos 80 a 85 monjes y para ciertos rituales vienen del Lhuentse Dzong llegando a ser unos 120 a 140 monjes.
El templo estaba abarrotado de comida y regalos que habían llevado la gente de los alrededores, había habido una gran ceremonia los días anteriores.
Lama Khenpo Ngawang nos mostró posteriormente las stupas del templo y es más, nos acompañó mostrándonos un atajo hasta llegar donde Dawa nos esperaba en el coche.
Se despidió dándoles la mano a ellos y a mí hizo una pequeña inclinación con la cabeza, pues está totalmente prohibido tocar a una mujer.
Regresamos al hotel, yo desde allí me fui a visitar el Dzong de Mongar. La primera vez que he visitado un dzong sola, Dorji pidió permiso para que me dejasen entrar, el no podía ya que deben llevar el traje nacional del país con el Kabney (tela de color crudo que se ponen encima del traje) en señal de respeto.
El Dzong de Mongar fue construido en la década de 1930 y reconstruido en 1953.
Algo inusual que tiene este dzong es que tiene dos entradas y porque tanto monjes como administración comparten el mismo patio. Hay unos 80 monjes de 8 a 10 años que vienen del interior para tener la oportunidad de recibir una educación de forma espiritual y también alimentos y alojamiento. Fue construido a la antigua usanza, sin planos ni clavos.
La cena la hicimos en el hotel Wangchuck, estaba exhausta de tantas emociones que había tenido ese día.