Sri Lanka antiguamente conocida como Ceilán
El 3 de noviembre empezó mis vacaciones y este año había decidido visitar Sri Lanka. Todos ponían alguna objeción ya que ese país había vivido una guerra que finalizó en el año 2009 y el tsunami devastó el sur de la isla en el año 2004.
El billete de avión lo adquirimos en una agencia de viajes española, pero el itinerario y todos los servicios realizados en Sri Lanka lo contratamos con una agencia de allí llamada Viajes Sri Lanka, con la cual durante semanas estuvimos en contacto para hacer un recorrido a medida. Éramos solo dos personas y tendríamos un coche y chofer guía para nosotras. Desde aquí mi más enhorabuena por el trabajo realizado, estuvieron todo el tiempo en contacto y pendiente de nosotras intentando cada momento que todo estuviese a punto.
Fueron un montón de horas de viaje, salí de Granada por la mañana en autobús a Madrid, unas cuantas horas de espera hasta que el avión de la líneas aéreas turcas salió puntualmente a las 17:50 horas vía Estambul, allí solo teníamos dos horas de espera, hacíamos conexión vía Colombo con parada técnica en las Islas Maldivas. Hasta el aeropuerto de Colombo fueron alrededor de unas 27 horas. Allí nos esperaba nuestro chofer y guía Thilak, que nos acompañaría casi todo el viaje hasta Kogalla. Después de llevar tantas horas mi amiga Herminia y yo hicimos el último trayecto de tres horas y media hasta llegar al Hotel Chaaya Villaga Habarana, en el coche no sabíamos ya ni como sentarnos ni dónde poner los pies; sobre todo ella que los tenía hinchados como botas, nos pareció una eternidad.
Lo primero que me llamó la atención mientras hacíamos el trayecto era lo limpias que estaban las calles, no se veía ni un trocito de papel en el suelo y sobre todo la vegetación, si no eran campos de arroz eran palmeras, plataneros, cocoteros y toda clase de árboles desconocidos para mí. ¡Si señor! Me había causado muy buena impresión.
El Hotel Chaaya Village en la ciudad de Habarana, era un encanto. Las habitaciones eran como casitas adosadas pero muy bien distribuidas entre caminos y jardines, todo rodeado de vegetación y un lago, delante de nuestra ventana teníamos dos grandes sillas y una mesa, donde tanto por las noches como al amanecer nos sentábamos para disfrutar del silencio, siempre éramos las ultimas en ir a la cama, nos encantaba disfrutar de aquella inmensa paz.
La cena en el restaurante fue tipo bufé, nos servimos diferentes cosas sin preguntar lo que era picante o no, cogíamos lo que se nos metía por los ojos. Nada más empezar a comer tanto la boca como la garganta nos empezó a quemar, Herminia se puso una servilleta para taparse la cara y yo me cogía las orejas, pues creía que me salía de ellas fuego. Así que nos liamos a beber Lion Beer y se nos subió bastante a la cabeza.
En ese hotel estuvimos cuatro noches y puedo recomendarlo con toda confianza, el personal es amable y el servicio bueno. El enclave de la ciudad de Habarana es ideal para visitar las ciudades antiguas o mejor dicho el triángulo cultural, antiguas capitales medievales de los reinos budistas cingaleses.
A la mañana siguiente me levanté temprano para recorrer las instalaciones del hotel y hacer fotos en el lago como en sus jardines, las ardillas corrían a sus anchas, además no tenían miedo alguno de la presencia humana, se notaba que estaban mimadas tanto por el personal como por los clientes, los monos jugaban y saltaban de un árbol a otro.
Nos fuimos a desayunar y saboreé con deleite la fruta porque tanto el plátano pequeño como la piña o la papaya tenían un sabor exquisito.