Un destino inolvidable
Bien temprano estaba la familia danzando por la casa, nosotras no sabíamos si tirarnos de cabeza al suelo desde la cama o poner los pies en el, nos dolía todo, nos tenían que recomponer el cuerpo, pero como decía Herminia “con dignidad”. Así, como pudimos nos levantamos y pedimos poder estar solas en la habitación para asearnos. Seguidamente desayunamos arroz y esta vez ella comió. Cuando salimos de la casa y vimos el paisaje nos quedamos maravilladas, la selva nos rodeaba por todos los lados, se nos perdía la vista. Era magnifico.
Nos fuimos a dar un paseo por el poblado, los niños como todos sus habitantes nos miraban extrañados, pero siempre nos sonreían y eran amables, parecía que el tiempo se había detenido en aquel lugar. Nos encontramos una señora cortando hierba con un instrumento totalmente rudimentario, eran hojas de tabaco, lo elaboraban ellos mismos, la abuelilla que paseaba por el poblado quiso hacerse una foto con nosotras. Aquello no tenía desperdicio alguno. Nos dirigimos a una casa donde había unas cuantas jovencitas, Sivon que por lo visto era un poquito enamoradizo, nos pidió que le hiciéramos una foto con la chica que le gustaba, claro está que Sajon también quiso fotos, ellas sonreían a la vez que sentían un poco de vergüenza, pero era divertido como nos entendíamos sin hablar su idioma.
Llegó la hora de la marcha. No quise preguntar los kilómetros que teníamos que caminar, nos habíamos tomado ya el antiinflamatorio, Khamphone nos dijo que para el mediodía estaríamos en el poblado de Ban Long Lath de la etnia Hmong, eso significaba de unas 5 a 6 horas caminando. Así, los seis estábamos otra vez recorriendo la selva, y yo como siempre la última, no podía y menos por la mañana temprano escuchar al padre del guía expectorar y escupir.
Mientras caminábamos nos dimos cuenta lo maltrechas que estábamos, pues una señora mayor con su carga a la espalda nos llegó a adelantar. Le dije a Herminia que nos tenía que dar vergüenza. La señora se paró con nosotras y se dejó fotografiar, le preguntamos la edad y nos dijo que tenía 80 años, “ahora sí que nos dio vergüenza”.
Comenzamos un ascenso en el camino, poco inclinado pero que se hacía notar, el padre del guía y Sajon se adelantaron para ir preparando la comida en el poblado, Herminia iba en cabeza con Khamphone y yo la última con Sivon. El camino tomó una curva y el guía y mi amiga desaparecieron de mi vista, Sivon me indicó que teníamos que subir la ladera de un montículo llego de vegetación. Fue entonces cuando pensé morirme, cada cinco pasos tenía que pararme, todo lleno de vegetación y menudo ascenso. Sivon me iba indicando por donde pisar, pensé que qué puñetas hacia yo allí en medio de no sé dónde. No sé el tiempo que necesité para subir aquello pero cuando salí al camino me tiré a la cuneta. Lo mejor de todo es que yo esperaba que Herminia estuviese allí esperándome, pero ni rastro de ella. Mientras me recuperaba la veo aparecer por el camino echando maldiciones y despotricando, venía exhausta. Me comentó lo duro que había sido el camino y cómo era posible que yo hubiese llegado antes, entonces fue cuando le dije que por ser la última Sivon había tomado un atajo horroroso y que por eso estaba tirada en el suelo. Nos partíamos de la risa, pero nos faltó llorar.
Llegamos al poblado y nos dirigimos a una casa. Nosotras fuimos la atracción. Poco a poco fueron llegando unos niños, la voz se corrió y fueron apareciendo más. Entre ellos se hacían comentarios y se reían, pero les daba vergüenza ponerse delante la cámara, pero cuando les enseñabas las fotos se nos echaban encima como una avalancha. Mientras hacían la comida nos fuimos a visitar el poblado y todos los niños del pueblo iban detrás de nosotras, si nos parábamos ellos se paraban y si continuábamos ellos nos seguían. Nos encontramos una señora que con el machete estaba trabajando el bambú, para la construcción de sus casas, nos sentamos con ella para ver como lo hacía y todos los niños estaban a nuestro alrededor. Cerca de allí había un artilugio de piedra redonda unido a un palo de madera y al final de este otro palo en forma transversal, era para moler en grano. Herminia quiso probar, pero no hubo forma de mover aquello, lo mejor fue cuando un niño de unos 10 años le mostró cómo funcionaba, la fuerza y habilidad que tuvo para poner aquello en funcionamiento fue increíble.
Nos llamaron para comer, otra vez arroz y bambú, pero esta vez lo cocinaron entre Sivon y Sajon, para nosotras fue la mejor comida que hicimos. Los felicitamos por aquella exquisitez, Khamphone sintió un poco de celos y nos comentó que él les había indicado como debían hacerlo, también lo felicitamos. A los dueños de la casa no los llegamos a conocer, estaban trabajando en el campo y dejaron su casa abierta para que pudiésemos comer allí. Después del almuerzo Herminia me curó una pequeña ampolla que me había salido en la planta del pié. Visitamos la escuela del poblado, por parte se me llenaba el corazón de alegría porque tenían la posibilidad de estudiar, pero las condiciones eran primitivas, no dejaba de pensar en todo lo que tenían los niños en nuestro país y no valoraban.
Un jeep si se le podía llamar así, nos vino a recoger, si no nos dolía el cuerpo, aquel corto trayecto fue el remate final, en cada bache creía que saldría disparada del vehículo, íbamos al encuentro de nuestro magnífico coche, que por cierto lo habían llevado a arreglar mientras estábamos en la montañas. ¡Qué ilusas!. Herminia acabó otra vez animando y empujando el coche mientras yo hacia las fotos muerta de la risa. Esa noche regresábamos al pueblo de Muang Phone Xay y dormíamos en un albergue. Tengo que decir que en el albergue no fuimos capaces de ducharnos, aquello estaba imposible y volvimos a dormir con la ropa puesta. Nos dio bastante asco, cosa que nunca sentimos en las casas que habíamos estado.
Nos arreglamos con la última ropa que teníamos y nos fuimos a un restaurante a cenar. El padre del guía no vino. Nos sentamos en una mesa en el exterior. Ellos tres se pidieron una sopa con fideos que una señora preparó cerca de nosotros, la aderezaron y nos dieron a probar, estaba deliciosa, así que Herminia y yo nos fuimos donde estaba la señora cocinando y le pedimos que nos hiciera una, mientras le preguntábamos todo lo que llevaba le ayudábamos a cocinar, o por lo menos lo intentábamos. Seguidamente le dijimos a Sivon y Sajon que le pusiesen las mismas especias, otra vez afluyó los celos de Khamphone.
Las cervezas empezaron a caer, para Sivon y Sajon era la segunda vez en su vida que la tomaban. La cerveza empezó a hacer su efecto y Khamphone invitó a un señor que según él era de la etnia Hmong a beber con nosotros, una mesa que estaba ocupada por unos clientes, uno de ellos que era abogado de la zona se vino a brindar con nosotros y hacerse fotos. Los botellines de cervezas iban ocupando la mesa como el alcohol nuestros cuerpos. Jamás olvidaremos aquella experiencia en las montañas como la borrachera que cogimos aquella noche. Pero Herminia y yo celebrábamos que habíamos sobrevivido y conseguido aquella aventura con las etnias Hmong y Khmu, poblados que jamás un extranjero había visitado, donde nos dieron todo y lo mejor que tenían. Hoy en día, cuando lo comentamos, decimos que lo volveríamos a repetir.