Hacia el poblado de los Khmu
La noche se nos hizo dura en aquel camastro, pero si nos acostamos viendo una sesión de chamanes, lo que no nos podíamos imaginar que a las cinco de la mañana el dueño de la casa comenzase el día cantando llamando a sus dioses, lo único que pude decir fue “es que aquí no dejan a los dioses descansar”. Esta vez lo hacían porque sus hijos se iban a estudiar, estarían 2 o 3 meses fuera de casa y querían desearles buena suerte, así que acabamos poniendo los hilos de algodón en sus muñecas y deseándole todo lo mejor.
Llegó la hora del desayuno, ¿y qué nos encontramos?, arroz y otra vez la carne hervida de pollo y cerdo. Aquello era ya demasiado para nosotras, Herminia no pudo comer nada, yo solo arroz, nos preguntaron por qué no comíamos y lo único que pude contestar era que nosotras no teníamos la costumbre de desayunar carne. Pero era imposible comer aquello recién levantadas. Le dije a Herminia que por lo menos intentase tomar algo de arroz, pero no pudo. A la hora de bañarse o asearse, pedimos que nos dejasen la habitación unos minutos para lavarnos con toallitas higiénicas, la ducha en medio del poblado no era nuestra debilidad.
Una de las hijas del dueño de la casa tenía una quemadura en la pierna provocada por el tubo de escape de una moto, Herminia le limpió la herida y la desinfectó, le dio algunas cosas para que ella misma continuase con la cura. Mientras, yo intentaba hacerles fotos a los niños más pequeños de la casa, pero lloraban cuando me acercaba, se asustaban de nosotros. Otro niño en la cocina tenía un cuchillo casi tan grande como él y se dedicaba a partir caña de azúcar.
Cuando nos despedimos de la familia, nos preguntaron si podíamos hacerle fotos a todos juntos, asistí encantada, pero se me partió el corazón cuando todos aparecieron con sus mejores ropas. Las fotos se las envié a Khamphone para que cuando regresase al poblado se las entregase. Espero que lo haya hecho.
Bien temprano nos pusimos en marcha, caminaríamos hasta el poblado de Ban Houg Thor de la etnia Khmu a través de la selva. Al comenzar a caminar nos encontramos con un grupo de trabajadores que se dirigían a los campos de arroz, un padre cargaba con su hijo pequeño a la espalda.
Lo llevábamos bastante bien al principio, pero Herminia decía que tenía que tomar algo, que no podía continuar, reconoció que tenía que haber comido algo de arroz. Le pedí a Khamphone hacer una pequeña parada, le dije que mi amiga tenía que ir al servicio mientras yo le daba un paquete de pañuelos con una barrita energética, así recuperaría algo de fuerzas. Continuamos caminando, el padre del guía algunas veces nos abría camino con un machete, nos daba caña de azúcar, no obstante antes de partir nos tomamos unos antiinflamatorios porque no estábamos preparadas para tal caminata.
Yo casi siempre iba la última, pero ni Sivon, ni Sajon me quitaban la vista de encima. Herminia me preguntó porqué siempre iba la última, le dije que el padre del guía estaba todo el tiempo expectorando y escupiendo, eso era mucho para mí. No sé cuantas horas llevábamos caminando, yo empecé a despotricar, Herminia solo me decía, “Esther esto hay que conseguirlo y con dignidad” una y otra vez, hasta que le contesté que pasaba de la dignidad y de todo, mi dignidad se había quedado en alguna parte del camino. Pero lo mejor es que seguíamos riendo.
Paramos en un lugar precioso en medio de la selva junto a un riachuelo, era la hora del almuerzo. Pensé que si me sentaba no sabía se me volvería a levantar. Nuestros platos fueron hojas de platanero y comimos arroz con bambú, y de verdad, nos supo a gloría.
Khamphone nos preguntó que si nos estaba gustando la excursión, le contestamos que sí, pero que debería habernos dicho que el trekking del primer día sería de 35 a 40 kilómetros a través de la selva y así haber podido prepararnos, que era un poco imprudente por su parte no informar bien, podría encontrarse con personas con algún problema de salud y no poder salir de la selva. Teníamos que continuar, pero levantarnos del suelo nos costó un poco de trabajo, el cansancio empezaba a aflorar. Pero Herminia me decía “Esther, con dignidad”.
Llevábamos un par de horas caminado y Khamphone nos comenta que su padre y Sajon se adelantaría para hacernos algo de comer indicándonos con el dedo donde sería la parada. Era en un campo de arroz donde toda una familia trabajaba las tierras.
Cuando llegamos nos ofrecieron sentarnos bajo una especie de chamizo hecho de cañas. Nos dieron lo que habían cocinado, una especie de acelgas hervidas en agua. Cuando vi el plato le dije a Herminia “Este plato fue alguna vez amarillo”. No sabíamos que hacer, nos miramos a la cara y volvimos a reír, pero tomamos la decisión de no hacerles ningún feo, así que con los dedos ya que no había cubiertos cogimos algunas verduras de las que estaban en el centro del plato y las engullimos. Era horrible, sin sal y sin nada. Nuestra salvación fue la fruta que tenían.
Después de un pequeño descanso nos pusimos en marcha, pensaba que jamás llegaríamos, por el camino nos encontramos un cazador con una escopeta extrañísima, el cañón y la culata era la misma pieza y como un dedo de gruesa. Según el guía, a veces cazaban tigres.
Estaba atardeciendo y nos paramos para ver el paisaje, era maravilloso, Khamphone nos indicó todo el recorrido que habíamos hecho, no me lo podía creer, fue cuando nos dijo los kilómetros que habíamos hecho. Me dieron ganas de matarlo, tanto preparar un viaje y no decirnos nada del trekking, le dije a Herminia que ya no sabía si tenía dignidad y si la tenía estaba ya por los suelos.
Era noche cuando llegamos al poblado Ban Houg Thor. Nos llevaron a una casa, también compuesta por dos habitaciones, estas eran más grandes, el suelo era de tierra, tenían un generador de gasolina que producía electricidad durante unas pocas horas al día, además tenían un armario en el dormitorio.
Nos salimos fuera, nos sentamos en un banco de madera que estaba junto a la casa y no tardaron en aparecer una gran patulea de niños, ninguno se acercaba, éramos como unos extraterrestres para ellos. Jamás habían visto un extranjero.
La dueña de la casa comenzó a preparar la cena. Con una gran destreza mantenía la linterna entre la cabeza y el cuello para alumbrarse y ver limpiar los alimentos y cocinarlos, todo hecho en cuclillas. Tanto las verduras como el pollo fueron bien limpiados y la cena estuvo bastante bien.
Le preguntamos a Khamphone por donde alejarnos para ir al servicio (campo), nos comentó que nos fuésemos detrás de la ducha del pueblo. Así lo hicimos, pero cuando volvíamos a la casa nos encontramos con casi todos los perros del poblado delante nuestra ladrándonos, nosotras éramos las intrusas, la boca se nos quedó seca, nos repetíamos una y otra vez tranquila, tranquila, no tengo miedo, tranquila.
Cuando entramos en la casa Khamphone ya se había acostado, compartíamos cama con él, los dueños con sus hijos tenían otra en la misma habitación. La manta que nos pusieron en la cama no podía tener más polvo, el movernos era tragarlo a puñados. Al final nos dimos cuenta de que la dueña después de la cena barría el comedor, claro que al ser de tierra levantó una buena polvareda. ¡Cómo no!, nos dio por reír y al final acabamos tomándonos otra pastilla para poder conciliar el sueño y otro antiinflamatorio.