Desde Punakha a Bumthang
Sin lugar a dudas la fortaleza-monasterio de Punakha es uno de los más bellos Dzongs de Bhután. Situado entre dos ríos, parece flotar en una balsa.
Estábamos ya en el Valle de Punakha, después del almuerzo en el Hotel Lobesa y un breve descanso de unos 10 minutos nos dirigíamos al Dzong de Punakha (para mí la joya de los Dzongs), no dudé en volver a visitarlo.
Punakha fue la capital del país hasta 1955 que se trasladó a Thimphu. Está a unos 1280 m de altitud, tiene un clima bastante cálido en invierno y caluroso en verano. Ese día hacía bastante calor a pesar de que el chofer como el guía me dijeron que hacía bastante fresco ya en septiembre.
El Dzong está ubicado en la confluencia del río Mo Chhu (femenino) y Pho Chhu (masculino). Guru Rinpoche predijo su construcción. Una persona llamada Namgyal llegaría a una colina que parece un elefante, cuando Zhabdrung visitó Punakha escogió la punta de la trompa del elefante durmiendo en la confluencia de los ríos. En 1326 se construyó un pequeño dzong, llamado Pequeño Dzong y que contenía una estatua de Buda.
La presente construcción comenzó en 1637 y se completó al año siguiente con el nombre de Palacio de la Gran Felicidad, posteriormente se construye una capilla para conmemorar la victoria sobre los tibetanos en 1639. Las armas capturadas en la batalla se conservan en el dzong.
Zhabdrung establece aquí el cuerpo monástico con unos 600 monjes. Este dzong es residencia de invierno para el cuerpo oficial monástico. Tiene 180 m de largo por 72 de ancho, una cúpula de oro que fue construida por el gobernador local Gyaltsen Tenzin Rabgye en 1676. Muchos componentes fueron añadidos entre 1744 y 1763 por el 13º desi Sherab Wangchuck. En 1897 sufrió daños por un terremoto, en 1986 un incendio y en 1994 un glaciar irrumpió en el río Pho Chhu causándole grandes daños.
Me recreé todo lo que pude, cualquier esquina era buena para admirar sus patios, fachadas con ventanas y puertas de madera pintadas, ver sus columnas con el dragón tallado en la madera, sus demonios y santos pintados en sus templos, es de esos lugares que por muchas veces que visite el país creo que tendría que volver. Se hacía tarde y la luz nos abandonaba, me hubiese quedado unas cuantas horas más.
De camino al hotel pasamos por Metshina. Vi que había un mercado y pedí que me diese tiempo para verlo. Estaba situado al lado derecho de la carretera y para acceder a él tenías que cruzar por unos tablones de madera, estaba separado por una acequia bastante ancha. Todos los sentidos se me despiertan en un mercado, es un imán para mí.
Una de las cosas que más he disfrutado comiendo en Bhutan ha sido sus verduras, primeramente es un país muy ecológico, segundo por su variedad y tercero porque las hacen al dente como a mí me gusta.
Continuamos hacía Wangdue. Nos hospedábamos en el Hotel Vara. Este ha sido uno de los hoteles que más me ha gustado en todo este recorrido. Sus habitaciones son amplias, limpias, sencilla decoración pero acogedora, terraza con unas vistas espectaculares del valle y lo mejor de todo fue con la hospitalidad que me atendió su propietario Sr. Kesang Phuntshok, además es de esas personas que transmiten tranquilidad.
Después de la cena estuvimos hablando cerca de dos horas en el jardín que hay delante del hotel. Es un hotel que recomiendo sin dudarlo.
Al día siguiente me desperté muy temprano, era noche cerrada todavía. No soy de dormir mucho y en los viajes todavía menos y para colmo estuve escuchando toda la noche a los perros ladrar. Poco a poco fue amaneciendo y el valle amaneció envuelto en nubes, parecía que la magia se había apoderado del lugar.
Hoy teníamos un trayecto largo y duro por delante, así que desayunamos temprano y nos pusimos en marcha, hacíamos noches en Bumthang y todo la carretera estaba en obras.
Pasábamos delante del Wangdue Phodrang Dzong y sentí una gran pena cuando vi que se había quemado por completo. Reducido a cenizas un dzong del año 1638 y de obligada visita, primeramente por su importancia en la historia del país y segundo por su construcción, tejados de madera sujetados por piedras. La reconstrucción ya había comenzado.
Llevábamos unas dos horas de coche y nos encontramos con un tramo de carretera donde los camiones cargados de piedras como la maquinaría pesada habían dejado el lugar intransitable, además del lodazal que había por las lluvias. Lo bueno que tiene este país es que nadie pierde los nervios, todos ayudan y buscan una solución para salir del paso. Dawa cogió un azadón y se puso a mover piedras y arreglar la zona donde los surcos eran tan profundos que impedían el tráfico, pero los camiones no paraban de pasar y estropear todo lo que había arreglado. Pusieron piedras y en ocasiones entre unos cuantos empujaban a los coches para que no se quedasen atascados. Claro que yo me bajé del vehículo y me puse a hacer fotos a los trabajadores y sus precarias condiciones de trabajo.
Siguiente parada, el Paso de Pele La a 3420 m de altitud, mujeres hilando, vendiendo queso y niños jugando encajaban perfectamente con las nubes que envolvía aquel lugar. Este paso marca la frontera del este con el oeste.
Continuamos nuestra ruta, paramos en el restaurante Chazam a almorzar, el tiempo se había vuelto desapacible, pero era bello ver como el viento movía las banderas de oración y algún que otro rayo de sol se filtraba entre las nubes.
Paramos en el Chendebji Chorten para hacer unas fotos. Según la leyenda ese chorten se construyó para proteger a la gente de los demonios, habían desaparecido personas que caminaban del este al oeste o viceversa, nunca se supo de ellas. Fue construido por el Lama Ngesup Tshering Wangchuk para someter al demonio dudm Ngala.
Dejamos atrás Trongsa con su imponente dzong que domina la ciudad. No obstante le pedí a Dorji y Dawa hacer una pequeña parada. El bosque se había convertido en un lugar misterioso, de pronto se despejaba como de pronto las nubes se apoderaba de la vegetación y te acariciaba el rostro. Contemplando aquel espectáculo se me hacía cada vez más claro el porqué de las creencias de demonios y espíritus, era maravilloso pero a su vez escalofriante.
Estaba cansada de tanto coche, fueron 216 km, pero agotadores. Salimos a las 8 de la mañana y llegamos a las 6 de la tarde, parando unas cuantas veces para hacer fotos y otra para comer.
Era noche cerrada cuando llegamos al Hotel Yuling, además la única clienta que se hospedaba. Cenamos los tres solos en el hotel y para colmo empezó la tormenta y a diluviar. Solo hacía falta que me contasen otra leyenda de demonios.