Entre agua y cuevas
Las cuevas de Pindaya son un sistemas de cuevas junto a la ciudad de Pindaya, en el estado de Shan. Situadas en una cresta de piedra caliza es hoy en día una atracción turística.
Cogimos un vuelo temprano desde el aeropuerto de Mandalay a Heho. Nos íbamos acercando al Lago Inle. Un pequeño minibús nos recogió en Heho y nos pusimos en marcha hacía las Cuevas de Pindaya.
La carretera era bastante estrecha y estaba destrozada por los monzones. El paisaje consistía en campos de arroz y de patatas y grupos de locales estaban trabajando las tierras mientras los niños inventaban juegos.
Hicimos una parada donde había un grupo de gente que habían extendido en la tierra una esterilla grande, trabajaban y celebraban la buena cosecha de arroz que habían obtenido y en cada esquina de la esterilla ponían comida para dar gracias a los dioses, se trataba de la tribu Pao.
Continuamos nuestro camino y desde lejos divisamos las Cuevas de Pindaya en una colina. El símbolo de esta cueva es una pin-gu (araña).
La leyenda cuenta que siete princesas que se bañaban en el lago se refugiaron en las cuevas durante una tormenta y una araña gigante las hizo prisioneras pero un príncipe que pasaba por allí oyó sus suplicas pidiendo ayuda, mató a la araña y las liberó.
En su interior hay más de 8.000 imágenes de buda hechas de teca, mármol, ladrillo, ect, que han ido colocando durante siglos. El suelo está resbaladizo en algunas zonas y como en todos los templos debes ir descalzo. Salí con los pies helados.
Posteriormente visitamos unos talleres de papel y paraguas, artesanías locales. Te muestran todo el proceso de elaboración, pero también el turista puede participar en la fabricación pagando unos dólares.
Terminada las visitas tuvimos que deshacer el camino recorrido y seguir dirección Schwenyaung – Nyaungshwe – Lago Inle.
Llegó un momento que de tantos baches mi asiento en el minibús se rompió y acabé sentada al lado del conductor. Tampoco era extraño encontrar algún que otro vehículo averiado en medio de la carretera, y cualquier persona es buena para dirigir el tráfico.
Mi opinión personal sobre esta excursión, es que son muchas horas de carretera en pésimo estado para ver una cueva llena de Budas cuando ya has visto tantos durante todo el recorrido por el país. Hubiese preferido irme directamente hacia el Lago Inle y disfrutar de algún poblado o mercado cercano.
Al final llegamos al pueblo de Nyaungshwe donde nos alojaríamos durante dos noches. Estábamos totalmente exhaustos, y lo primero que solicité fue darme un masaje, Antonio me lo había recomendado varias veces.
Una chica vino a la habitación a dármelo, consistía en ir apretando ciertos puntos del cuerpo empezando por los pies y terminando en la espalda. Hubo un momento que se me escapó un pequeño grito pues la masajista apretaba con fuerza.
Cuando llegué al restaurante del hotel, Antonio se reía a verme aparecer después del masaje, decía que también yo tenía que experimentar lo que era un masaje en ese país. No nos quedó ganas salir por el pueblo a darnos una vuelta, el viaje había sido bastante duro.
Al día siguiente bien temprano estaba en la calle dando vueltas y conociendo los alrededores, cuando regresaba al hotel para desayunar me encontré con un desfile de cientos de monjes y mujeres paradas en el camino para ofrecerles comida. Unas imágenes muy bellas.
En el hotel nos esperaban unas bicicletas con sidecar para llevarnos al embarcadero. Comenzaba nuestro recorrido por el Lago Inle.
Este lago tiene 22 km de largo y 11 km de ancho, está a unos 875 m por encima del nivel del mar, alrededor del lago hay unas mil stupas. En sus orillas e islas hay unas 17 aldeas construidas sobre pilares.
Todo lo que veía me asombraba, todo era nuevo, los kyun myaw (islas flotantes), barcas llenas de algas para construir sus plantaciones flotantes, templos en el agua y sus casas palafitos. Estaba nublado, hacía un poco de frío pero el paisaje era bellísimo.
Al primer lugar que nos dirigimos fue al mercado municipal de Mingala donde vendedores se congregan para vender sus mercancías como productos frescos del campo, fideos shan, tejidos, cerámica y puestos con pinturas y souvernirs. La gente amablemente te ofrecían sus mercancías y como de costumbre allí por ser el primer cliente del día te hacen un buen precio.
Caminamos por la orilla del río y nos dirigimos al poblado de las mujeres jirafas, las cuales se dedican a la elaboración de bellísimas telas. Forman parte del grupo étnico Kayan, Karen o Karenni. Muchos de sus miembros tuvieron que huir a Tailandia en la década de 1990 debido al conflicto con el régimen militar de Myanmar.
A media mañana las nubes se habían levantado y el sol pegaba de justicia, la humedad hacía todavía más difícil el caminar.
Continuamos hacia Nyanung Ohak un complejo de santuarios y stupas en estado de abandono pero uno de los lugares que merece la pena visitar en el lago, muchos de ellos cubiertos por la vegetación y el moho. Desgraciadamente se está llevando a cabo una restauración barata, muchas de las stupas están siendo solamente encaladas de blanco a pesar de la ayuda internacional que han recibido.
En la orilla del río las mujeres se bañaban vestidas con unos pareos al igual que lavaban sus ropas y no les importaba para nada nuestra presencia.
Después del almuerzo que fue en un restaurante en el lago visitamos un taller de telas, lo singular de ello es que sacaban los hilos de los tallos de la flor de loto. Tenían verdaderas maravillas pero los precios eran bastantes altos o mejor dicho prohibitivos.
Seguidamente nos llevaron a una fábrica donde elaboraban manualmente los cigarrillos, me dio mucha pena ver niñas trabajando. La encargada, después de explicarnos todo el procedimiento le pregunté por la edad de un par de niñas y claro está que todas tenían más de 18 años. Pero ayuda a la economía familiar.
Terminadas las visitas programadas ese día nos dimos un paseo en barca tranquilamente por el lago. Todo era paz, era maravilloso ver tantas cometas surcar los cielos dirigidas por niños desde sus casas palafitos, mientras tanto sus padres se afanaban en las redes de pescar. Todos nos saludaban y sonreían.
Nos dirigíamos hacia el embarcadero cuando en mitad del lago aparecieron los Leg rowers, pescadores que se colocan en la popa de la barca manteniendo el equilibrio con una pierna y con la otra rodean el remo con el que se desplazan, lo hacen para dar descanso a los brazos en sus largas travesías. Hoy en día es una atracción turística. No sé, pero el Lago Inle tenía magia.
El cielo se fue cubriendo de nubes negras amenazando a tormenta, daba miedo, pensé que si comenzaba a llover de allí no saldríamos porque la barca en la que estábamos yo no la veía muy segura como para soportar un diluvio. Tuvimos suerte y no cayó ni gota, pero nos ofreció un paisaje inolvidable.
Después de la cena en el hotel nos faltó tiempo para irnos a dar una vuelta por el pueblo del Lago Inle a tomarnos unas copas. Entramos en un bar donde no había ni un turista, la gente que había nos miraba extrañados, nos sentamos y pedimos ron, cerveza, agua etc.
De vez en cuando me miraba los pantalones de color claro y parecía que estaban sucios, todo era puntos negros, es decir, que de vez en cuando me sacudía los mosquitos que se me pegaban, cuando no, nos saltaba un grillo o algo a la mesa.
Se nos acercó un lugareño y se puso a conversar con nosotros y contar chistes en ingles, al final se sentó con nosotros y lo invitamos a un whisky, nos escribió nuestros nombres en su lengua pao. Sobre las 9:30 nos encendieron una vela que teníamos en la mesa, yo pensé que qué detalle tan bonito. No era ningún detalle, a esa hora cortaban la luz en todo el pueblo y se queríamos seguir bebiendo había que hacerlo a la luz de la vela. Al final nos tomamos 2 rondas y cuando pagamos nos quedamos sorprendidos por el precio, todo nos costó 4,80 euros, cuando una cerveza a la hora de comer era de 3 a 3,50 dólares. Fue el único lugareño que se nos acercó en todo nuestro recorrido.
Recomiendo llevar linternas, tuvimos que hacer uso de ellas para volver al hotel, además el hotel también carecía de electricidad después de las 10 de la noche.
El segundo día también me levanté muy temprano y después del desayuno me fui a dar otro paseo, esta vez me encontré con Kyaw Minn, nuestro guía, el cual me propuso irme al mercado con él. Esta visita es otra cosa que recomiendo que se haga. Yo disfruté como un niño con su nuevo juguete. Pescados, carnes, frutas, flores todo ello era un sinfín de olores y colores. El guía fue para tomar allí su desayuno mientras me dio 20 minutos de tiempo.
Visitamos la Phuang Daw OO Paya que se encuentra en Ywama, lugar más sagrado de toda la zona sur del Estado Shan. En el centro del edificio hay cinco imágenes de Buda de las cuales solo cuatro se transportan en una barcaza real por el lago durante la importante fiesta de Phaung Daw Oo. Estas imágenes han perdido su forma original porque se han cubierto de pan de oro y parecen bolas. Se cree que las imágenes de Buda fueron llevadas por el rey Alaungsithu. Solo a los hombres se le está permitido poner el pan de oro.
Era un mundo donde las tradiciones estaban bien arraigadas y donde una leve brisa de modernidad se intentaba abrir paso. También me hubiese quedado un par de días más.
Continuamos con nuestro recorrido por el lago Inle, era nuestro último día en Myanmar. Aquel lugar no dejaba de impresionarme, hombres transportando barcas llenas de algas que utilizaban para las plantaciones flotantes, vimos las tomateras en el agua y nos mostraron como las desplazaban de lugar, hombres pescando, niños que salían a saludarnos, casas o mejor dicho palafitos donde piensas que es imposible vivir y que deben carecer de lo más imprescindible pero las antenas parabólicas no faltaban. Pero lo más bello era la tranquilidad que se respiraba.
Después del almuerzo, cerca del pueblo de Nyaung Shwe visitamos el Shwe Yan Pyay. ,Un monasterio de principios del siglo 19, construido sobre pilares de madera de teca ricamente decorado con mosaicos y oro. Lo peculiar del monasterio son sus ventanas ovaladas que lo hacen atractivo para fotografiar a los monjes. Según nuestro guía la mayoría de los niños eran huérfanos y aquí tienen la posibilidad de estudiar y una mejor vida.
Por la tarde cogimos el avión desde Heho hasta Yangón, volvíamos al Hotel Nikko donde comenzó nuestro viaje. Nuestro guía Kyaw Minn nos hizo un comentario que a mí me dejo atónita “hemos pasado muchas veces por delante de la casa de Aung San Suu Kyi”. No se me hubiese ocurrido hablar de ella ni preguntar nada sobre ésta Premio Nobel de La Paz que desde 1989 hasta el 13 de noviembre de 2010 fue sometida a varios arrestos domiciliarios y encarcelamientos. Esto significaba que nuestro guía ya no nos veía como periodistas y confiaba más en nosotros. Tampoco hizo jamás un comentario delante del chofer o su ayudante, porque nos comentó que podían estar al servicio de la Junta militar. Aquello era duro.
A la mañana siguiente nos dimos un paseo por Yangón, queríamos aprovechar hasta el último minuto, contemplar los edificios de la época colonial, los puestos callejeros y sobre todo de su gente.
Aprovecho el final del trayecto para hacer varios comentarios sobre este país. En Myanmar la población consume mucho la hoja de betel con nuez de areca y cal apagada que al masticarlo los dientes adquieren un color rojo sangre, lo que a veces resulta un poco desagradable cuando escupen y lo hacen muy a menudo.
Un año después de mi visita se produjo la Revolución del Azafrán, revolución llevada a cabo por monjes seguida por estudiantes y gente de a pié, la información que nos llegaba era que solo habían muertos unos pocos monjes, cosa que no fue verdad, cientos de personas murieron, se produjeron arrestos nocturnos y se cerró el acceso a internet. El coronel de la Junta militar desertó pidiendo asilo a Noruega y exiliándose a la jungla con los Karen, una de las etnias más castigadas por los militares.
Luego fue azotada por el ciclón Nargis, donde murieron y desaparecieron más de 140.000 personas. La Junta Militar primeramente prohibió la entrada de la ayuda internacional, pero la magnitud del desastre fue tan grande que tuvieron al final que claudicar, cuando entró dicha ayuda los mismos militares traficaron con ella.
Sé que ahora están más abiertos al turismo y deseo que para bien del pueblo birmano haya cambiado un poco la situación.