Bamei y el literato Tao Yuanming
Puzhehei tocaba a su fin. Volvimos a desayunar lo que habíamos comprado y la dueña del hotel Yi da nos volvió a ofrecer te. Mientras le preguntábamos que qué era aquella comilona que todavía continuaba. Nos comentó que era una boda y que estábamos invitadas, era una pena ya que nos marchábamos esa misma mañana. Cuando volvimos a pasar delante de todo el gentío que había allí reunido e intentando hacer fotos, nos dimos cuenta que nosotras éramos las fotografiadas y filmadas con un inusitado interés.
Nos pusimos rumbo a Bamei que era otro de mis sueños. Conocer aquel pueblo perdido.
A mitad de camino, en la autopista nos paró la policía para hacer un control de pasaportes, nos hicieron descender del coche y lo peor fue es que nos pidieron de forma no muy amigable que sacásemos las maletas y las abriésemos allí mismo en el suelo, no daba crédito a lo que estaba pasando, Carmen sacó la suya y comenzaron a registrárselo todo, quisieron abrirle hasta el cuadro bordado de seda que había comprado, fue cuando le dijimos a Henry que por favor le dijese a la policía de que se trataba aquel envoltorio, Wu el conductor sacó la mía del maletero y me ordenaron abrirla también, me sentí tan mal por el trato que cuando la abrí una mitad de la maleta la lancé contra el suelo. Sé que aquello no estuvo bien, además Carmen me dijo que con la policía allí deberíamos tener mucho cuidado, pero jamás había me había visto en un carril de una autopista con la maleta en el suelo y un policía revolviéndolo todo.
Cuando volvimos a ponernos en marcha le pregunté a Henry a que se debía aquel control, su contestación tan escueta como siempre “no lo sé”, a veces me preguntaba si sabía algo.
Paramos en una ciudad para almorzar, le preguntamos a nuestro conductor a que se había debido aquel control, con gestos nos indicó que era un control de drogas, me hacía gracia que nuestro guía no lo supiese y nuestro chofer sí. Henry pidió la comida pero él no pude comer, tenía el estómago mal y no nos extrañó nada después del almuerzo del día anterior.
Después del almuerzo nos preguntó si queríamos ver algo de la ciudad, le pregunté si había algo interesante y su respuesta fue que un parque donde se reunían las familias y la gente paseaba. Le dijimos que no, preferíamos llegar a Bamei.
Bamei se encuentra a unos 460 km al sureste de Kunming en el condado de Guangnan. Se puede ir en autobús, y desde Guangnam hay que coger otro autobús hasta Fali Village, desde este último pueblo hay un kilómetro hasta la entrada de la cueva que lleva a Bamei.
Bamei significa “cueva en el bosque”, es hogar de la etnia Zhuang. Se dice que los antepasados de Bamei son una familia Zhuang de la provincia de Guangdong, que escaparon como proscritos y encontraron la cueva por casualidad, creyeron que era un lugar perfecto para ocultarse y posteriormente invitaron a algunos amigos suyos a vivir allí. Desde entonces el pueblo se convirtió en el valle de la flor del melocotón. El famoso literato chino Tao Yuanming que vivió durante la dinastía Jin (317-420) escribió sobre un valle de flores de duraznos aislado de todo el bullicio mundano, la gente vivía allí en un tranquilo y sereno aislamiento. Esta descripción se hizo realidad cuando se descubrió la aldea de Bamei.
Nosotros llegamos hasta la entrada donde el dueño del Hotel Bamei Inn nos esperaba, primeramente hicimos un pequeño recorrido en un coche tirado por caballos y luego nos subimos en una barca y atravesar una cueva de 1,200 km totalmente oscura. A veces veíamos algo por la luz que se filtraba desde el techo de la cueva, solo casi al final del trayecto el barquero utilizó una linterna. En plena oscuridad el dueño del Hotel cantó una canción e hizo de aquel recorrido como un paseo por las nubes, tenía una potente y maravillosa voz.
Al fondo comenzamos a divisar algo de luz, estábamos llegando y la expectación iba creciendo, cuanto más nos acercábamos más nerviosa me iba poniendo, al final en la salida nos encontramos con dos ruedas de agua, una a cada ambos lados del río Bamei, pero cuando vimos el valle que teníamos en frente no pudimos hacer otra cosa que exclamar “Oh, qué maravilla”. El valle estaba rodeado de montañas, el verde de sus campos era espectacular, no había coches, era un remanso de paz.
Tomamos el camino de la derecha para llegar al pueblo, Henry y el dueño del hotel arrastraron nuestras maletas, nosotras solo hacíamos nada más que mirar y fotos y a cada momento exclamábamos de admiración. Cruzamos un puente de madera, dejamos una gran plaza a nuestra derecha y ascendimos una pequeña cuesta hasta llegar al Hotel Bamei Inn que tenía un árbol milenario delante.
Nos llevaron a nuestra habitación, era bastante básica, lo que menos nos gustó fue que el retrete era un agujero en el suelo. Le preguntamos a Henry si no tenían uno con un váter normal y nos comentó que no lo había.
Nuestro guía estuvo hablando con el propietario del hotel y nos comentó que este se había ofrecido para mostrarnos el valle al día siguiente, cosa que a él le vino como anillo al dedo. Parecía que tenía ganas de irse, nos dejaba allí sin saber ni una palabra de chino y el dueño del hotel sin hablar ni una palabra de inglés. Le pedimos que nos dejara su teléfono por si teníamos algún problema.
Una vez instaladas en la habitación, pedimos la llave de la habitación, el dueño del hotel nos dio a entender que no hacía falta que allí no pasaba nada.
Carmen y yo nos fuimos a pasear por el pueblo. Cruzamos la plaza y nos dirigimos a la izquierda siguiendo el curso del río. Puentes de madera, ruedas de agua, gente que lavaba las verduras en el río o que volvían del trabajo en el campo, un pequeño parque cuidado con esmero, aquel lugar era el perfecto para vivir en paz y armonía. Los ruidos de los motores de los coches habían desaparecido, el aire era limpio, la naturaleza nos ofrecía un regalo.
Regresamos para la hora de la cena. Cenábamos en la terraza de la planta alta del hotel cerca de nuestra habitación. Aquella cena fue un verdadero festín, nos pusieron arroz, pescadito frito que estaba de muerte, verduras.
El dueño del hotel se sentó con nosotras una vez terminada la cena, siempre estaba sonriendo, nos mostró un libro del pueblo donde habían publicado algunas fotografías suyas, estaba contento y orgulloso. Para decirle mi nombre me fui a la habitación cogí mi pasaporte y se lo mostré, el nos dijo que se llamaba Bamei, es decir como el nombre del pueblo. Su señora era menudita y al igual que el amable y sonriente.
Nos fuimos a descansar, cuando le pedimos otra vez la llave de la habitación nos comentó que el dormiría en la habitación de al lado para que así estuviésemos más tranquilas. Era admirable su amabilidad y su carácter.
Bamei amaneció bajo la niebla, era espectacular, solo conseguía ver un poco la parte baja de las montañas y la plaza del pueblo donde las mujeres iban con sus canastos y depositaban en el suelo lo que habían recolectado para que el sol luego fuese secando las plantas.
El Sr. Bamei junto a su señora nos prepararon el desayuno, el típico desayuno chino de sopa de fideos, que por cierto estaba muy bueno y no podían faltar los huevos cocidos. Él desayunó con nosotras y posteriormente fumó en aquella pipa hecha de bambú que contenía agua en su interior.
Nos pusimos en marcha, el nos enseñaría lugares de aquel paraíso perdido. Atravesamos la parte baja del pueblo y comenzamos el ascenso por una montaña. El camino como los escalones estaba en perfectas condiciones. Era magnífico ver como la niebla envolvía aquel lugar, lo hacía por momentos más místico.
Paramos a mitad de camino en un mirador, contemplamos como la niebla iba ascendiendo lentamente y los débiles rayos de sol hacían breves incursiones en el valle.
El Sr. Bamei nos dio a entender que todas las mañanas amanecía así. Era impensable que con aquel señor que no tenía conocimientos de idiomas y nosotras de chino llegásemos a comunicarnos mejor que con nuestro guía.
Al final la niebla se disipó y nosotros continuamos explorando aquel lugar, nos llevó a unas cuevas y con alegría porque siempre estaba riendo, nos mostraba cada rincón y nos pedía que le hiciésemos fotos, le encantaba posar.
Regresamos al pueblo y nos mostró otro de los milenarios árboles que tenían. La vida transcurría apaciblemente allí. El poco turismo que había era chino, pero la mayoría solo lo visitaba durante el día, no mucha gente se quedaba a pernoctar allí.
El día anterior antes de que nuestro guía se marchase estuvimos hablando con el Sr. Bamei sobre algunas construcciones que se habían llevado a cabo que verdaderamente estropeaban aquel lugar tan perfecto. Nos comentó que el estaba totalmente de acuerdo, que ya había enviado escrito a los diferentes ministerios para que no diesen licencia a cierto tipo de construcciones, por lo visto el ejercía como de alcalde y luchaba para que aquel lugar no perdiese su esencia.
Regresamos al hotel tranquilamente, veíamos como las mujeres trabajaban el campo, casi todas ellas vestían el mismo traje, por lo que nos dieron a entender era su traje típico, pero cuando llegaba la recolecta de arroz todas ellas se vestían otro traje típico en tonos blancos y azules con bordados.
La vida es simple y fácil, la gente vive de los que ellos mismos producen como arroz, algodón, tejen su propia ropa y hasta producen su propio aceite para cocinar. Mientras tienen suficiente sal, pueden permanecer en el pueblo sin contacto con el mundo exterior.
Antes de servirnos el almuerzo me di cuenta que la cremallera de mi maleta se había roto, Carmen y yo intentamos arreglarla, pero todo esfuerzo fue en vano, así que al final tomé la decisión que tenía que comprarme una maleta antes de emprender el viaje de regreso.
Después del almuerzo nos fuimos a recorrer otra parte de aquel valle. Seguimos un camino a la izquierda del hotel donde había pequeñas tiendas con artículos de plata. Continuamos hasta llegar a una parte totalmente deshabitada y seguimos por un sendero, siempre había algo que nos llamase la atención, ruedas de agua, el tronco de un árbol de extraña forma, puentes hechos de bambú, etc.
Llegamos a la otra parte del río Bamei donde había una cantidad tremenda de barcas. Queríamos conocer la cueva que el Sr. Bamei nos había enseñado en un libro la noche anterior. Le preguntamos a un chico que parecía el encargado por el precio, nos hablaba en chino y no había forma de entendernos. Le saqué mi libreta para que me lo escribiese, y me lo escribió pero en chino, intentaba decirle que en números y me lo volvía a escribir en chino. Así que sacamos dinero para que nos dijese cuanto costaba ir a la otra parte de la cueva. Un señor mayor que había allí le hizo señas a Carmen señalando que costaba 60 yuanes, intentaba decirnos que no nos cobrase más y eso fue lo que al final pagamos. Al subirnos en la barca comprobé que había una hoja de control colgada en una baranda y me sentó como una patada en el barriga ver que los números estaban escritos tanto en chino como en nuestro sistema numérico, el muchacho estaría de mal humor y no le dio la gana de hacérnoslo fácil.
El paisaje era como todo aquel lugar, maravilloso. Atravesamos al final la cueva y desembarcamos, pero no era la cueva que nosotras buscábamos, realmente te sientes perdida porque no sabes a quién y cómo preguntar. Estuvimos un rato por allí y antes de que comenzase a hacerse de noche volvimos a coger la barca y regresamos.
Teníamos tiempo hasta la hora de la cena, nos dimos un paseo por los campos, observaba como los hombres lavaban los pollos en el agua del río y las mujeres seguían trabajando en los campos. Nos dirigimos otra vez a la entrada de la cueva por donde llegamos el día anterior, las norias de agua seguían girando y los barqueros comenzaron a retirarse.
Regresamos al hotel, nos esperaban para darnos la cena, aquella noche la comida fue inolvidable para nosotras, nos pusieron una sopa de pollo riquísima, nos llegamos a tomar el bol grande que nos pusieron y nos lo volvieron a llenar hasta la mitad, además nos pusieron unas patatas muy pequeñas y oscuras en rodajas como hechas a la brasa, verduras y arroz, para mí fue el mejor sitio donde comí en China.
Los dueños del hotel se hicieron fotos con nosotras, la verdad que les encantaban ponerse delante de la cámara. Después de la cena el Sr. Bamei se sentó con nosotras y nos cantó, tenía una voz maravillosa, aquello no tenía precio. Recuerdo con cariño que siempre estaba sonriendo, es de la pocas personas en China que desde por la mañana hasta la noche no perdía la sonrisa en ningún momento.
A la mañana siguiente nos levantamos y preparamos las maletas. Le pedimos al Sr. Bamei que no preparase el desayuno, que nosotras habíamos comido las magdalenas y algunas cosas de bollería que habíamos comprado en Puzhehei.
Nos pusimos en marcha, el Sr. Bamei cogió un palo y enganchó cada maleta a un extremo del palo, luego se colocó el palo en el hombro y las levantó. La salida del pueblo no se hace por el mismo lugar que entras, está en la parte opuesta, fue por donde Carmen y yo estuvimos la tarde anterior paseando en barca. No quería pensar que aquel señor pequeño llevaría las maletas hasta el embarcadero. ¡Y así fue¡. Al final colocaron las maletas en una barca, dudaba si aguantaría nuestro peso el del Sr. Bamei, una señora que se vino con nosotras y el barquero más todo el equipaje. Hicimos el mismo recorrido. Para continuar nos subimos en unos coches de caballos, recorrimos un buen trecho hasta otra cueva, volvimos a coger otra barca y ahí fue donde vimos la maravillosa y grande cueva que él nos mostró en el libro. Estaba iluminada con luces de colores rojas, verdes, azules, violetas, aquello era todo un espectáculo, pero nuestro anfitrión nos volvió agasajar con una canción una vez más. No tengo palabras para describir la sensación que tuve en aquel instante, si la entrada había sido preciosa, la salida fue espectacular, el vello se me ponía de punta a cada instante.
Al final del trayecto nos esperaba Henry y el chofer, nos despedimos del Sr. Bamei y nos dirigimos a un parking donde estaba nuestro coche. Ese día teníamos un largo trayecto, nos dirigíamos a Dongchuan, las tierras rojas.
El literato Tao Yuanming llevaba razón, existe un pueblo perdido y este es Bamei.